ALGUNOS ASPECTOS SOBRE EL DEVENIR DEL SER HUMANO COMO UN ESPIRITU ENCARNADO

Por: Carlos A. Manrique M.[1]

Con base en la Teoría Espiritual[2], cuando en el devenir evolutivo de los prehomínidos aparece una criatura con cierto grado de complejidad cerebral (hecho aunado a ciertas características morfológicas que le permiten deambular por el mundo de manera bípeda además de  disfrutar de una visión estereoscópica y unos miembros superiores dotados de una mano con pulgar oponible capaz de asir los objetos materiales), se dan las condiciones adecuadas para que encarne una unidad espiritual o espíritu[3] en lugar de un espíritu fraccionado o fracción espiritual como hasta ese momento se había dado.

De acuerdo con los hallazgos de la paleo antropología se asume que entre 4 y 7 millones de años[4] atrás hizo aparición sobre la faz del planeta Tierra una criatura que si bien conservaba algunos rasgos similares a sus parientes biológicos más cercanos, -los monos-, ya mostraba unas características peculiares que la hacían sustancialmente distinta a esos inmediatos antepasados; particularmente su decidido andar bípedo, junto con el abandono protector de los bosques, (decisión que le llevo a hollar con sus pasos las estepas del sureste africano presumiblemente en busca de otros horizontes); librándose de esta manera del determinismo genético que imponía a sus ancestros un estilo de vida arbóreo y una dieta de bayas, raíces y frutos, acorde con ese ecosistema. Por otra  parte se cree que la ingesta de carne contribuyo[5] decididamente en el ulterior desarrollo de su índice de cefalización, sumado al uso de incipientes herramientas que potenciarían su capacidad de transformación de la materia y su propia defensa.

Siguiendo a la Teoría Espiritual, se asume que en los prehomínidos encarnaron inicialmente partículas espirituales de un tamaño cada vez mayor, a medida que el desarrollo biológico de estas criaturas  posibilitaba las condiciones de complejidad necesarias para recibir una entidad espiritual con mayor grado de conciencia de sí misma, hasta facultar la encarnación de espíritus fragmentados y posteriormente la de espíritus o unidades completas, capaces de expresar un nivel de inteligencia superior y con la habilidad de comprender mejor su entorno para emprender a través de la cultura (entendida esta en un sentido básico como la relación del ser con su medio y la transformación de este) la emergencia de la civilización humana.

No deseamos ahondar en el aspecto biológico de este proceso, suficiente y claramente interpretado en la Teoría Espiritual; ni tampoco pretender establecer en qué momento justo se da esa transición de los prehomínidos al hombre como tal (entendiendo que dicho proceso, en sus comienzos, debió ser gradual y que la teoría de un eslabón perdido adquiere, dentro de este contexto, cierta probabilidad, cuando posiblemente de una generación a otra, deja de encarnar un espíritu fraccionado y encarna un espíritu completo como tal[6]).

Dentro de nuestra propuesta conceptual, lo que más nos interesa es relevar las características espirituales de estos seres, con base en los lineamientos de la Ciencia Espiritual propuesta y estudiada por la AECB[7]. Así, si lo hemos entendido, -dentro del contexto citado-, que toda la materia está compuesta por partículas espirituales, es decir, de partes hasta infinitesimales de espíritus fraccionados durante las guerras espirituales, podemos comprender la inteligibilidad que subyace en el mundo material; y, en consecuencia asumir que cada partícula espiritual encarnada, en proporción a su tamaño, habría de conservar cierta porción de sus atributos de creación (inteligencia, amor y libertad, según la doctrina de la AECB); expresos en el diverso grado de inteligencia que demuestran todas las formas orgánicas, en particular, esas criaturas (los prehomínidos) cuyo devenir evolutivo las llevaría a permitir la encarnación de un espíritu o unidad espiritual completa; en un fenómeno muy complejo, posteriormente reconocido como ser humano. 

De acuerdo con los hallazgos arqueológicos de los asentamientos humanos más antiguos reconocidos hasta la fecha, se ha detectado que estos primeros hombres mostraban el suficiente grado de inteligencia para comenzar a erigir una cultura con componentes tanto materiales (herramientas, armas, vestuario, control del fuego, cocción de los alimentos, etc., etc.) como de orden espiritual; estos últimos expresos a través del simbolismo que muestran sus pictografías, el tratamiento que daban a sus muertos y la incipiente cohesión social de la horda. Pero, aunque tal clasificación pueda parecer un poco arbitraria, de los hechos conocidos es posible inferir que esa inteligencia se manifestaba de una manera poco sofisticada; evidenciando con ello el precario grado de evolución espiritual de los seres allí encarnados.

Según la Ciencia Espiritual, durante el proceso de degradación de la perfectibilidad con que fue creado el espíritu, este fue perdiendo su lucidez original, en una especie de embotamiento de sus facultades primigenias; al punto de llegar a un estado de confusión tal que olvido quien era; y la práctica del error (con las guerras espirituales, particularmente), allá en la Dimensión Espiritual,  genero las condiciones que propiciaron la eclosión del universo material en donde posteriormente habría de encarnar para trabajar por su propia redención y la paulatina recuperación de su condición original[8].

En este orden de ideas es posible inferir que las primeras unidades espirituales que encarnaron fueron espíritus muy atrasados cuyas expresiones culturales guardaban estrecha correspondencia con  tal condición. A este hecho se sumaba su nula experiencia en el ámbito material y a causa de su limitada comprensión de los fenómenos de la naturaleza su vida espiritual era más intensa, de tal manera que en ellos la Mediumnidad Intuitiva[9] (o sexto sentido), era más determinante al grado que ellos apreciaban con una mayor intensidad esa relación primordial entre el mundo espiritual y el mundo material. De tal circunstancia surgiría una cosmovisión animista que les llevaría a creer (acertadamente, dentro de este contexto), que detrás de este mundo pletórico en fenómenos existían entidades nouménicas que le sustentaban y animaban.

Este hecho permite sospechar, entonces,  que el denominado pensamiento mágico-religioso del hombre primitivo debió surgir de manera concomitante al proceso de encarnación del espíritu que le animaba. Tal hecho implica, yendo más allá, que esta clase de pensamiento no es consecuencia de esa experiencia humana temprana, sino una expresión lógica de la naturaleza espiritual de la entidad espiritual (espíritu, en sentido lato) que allí encarnaba.

Siguiendo este orden de ideas, es factible considerar que ese espíritu debía ser portador, entonces, de una cultura espiritual acorde con su propio devenir desde que fuera creado. Por tanto, el origen y concepto de cultura habría de extrapolarse a esa otra dimensión: la Dimensión Espiritual. Siendo, en consecuencia, razonable pensar que la cultura evidenciada por los hombres primitivos estaría en relación directa con sus antecedentes espirituales. Y que la pertenencia de estos espíritus encarnados a distintas agrupaciones espirituales[10] significaría la aparición temprana de las etnias extintas y aún vigentes, sugiriendo con ello, además,  que la diversidad cultural no es una tan solo consecuencia de la adaptación a diferentes ecosistemas y procesos históricos particulares sino que guarda, también,  estrecha relación con una diversidad primordial e inmanente a cada individuo, en tanto ser único e irrepetible.

Así, la diferencia entre unos y otros, desde los primeros momentos de la humanidad, se explicaría por el carácter singular  de cada una de las entidades allí encarnadas; una diferencia que habría de matizarse aún más con la experiencia humana y las distintas circunstancias naturales que habrían de enfrentar las subsiguientes comunidades humanas. Pero esto no es algo tan simple de interpretar pues, de acuerdo con los lineamientos de la Ciencia Espiritual, se debe considerar que estos espíritus encarnados (sin excepción alguna), eran espíritus incursos en el error o equivocados (es decir desvirtuados de su condición original de creación en perfectibilidad); de ahí la aparición, también muy temprana, de la contradicción genocida y de los rasgos de carácter  equívocos (como el egoísmo, la envidia, el odio, la intolerancia, la ambición, la avaricia, etc., etc.) sujetos a la condición ético-moral de los individuos involucrados.

Este aspecto ético-moral, perpetuamente sesgado y subestimado por el análisis de la ciencia tradicional, viene a constituirse en una piedra basal en la erección de las subsiguientes sociedades humanas; de manera tan determinante que signará el devenir de la civilización humana como una saga (en su cariz negativo) de negación y genocidio; de abusos y de expolio; de esclavitud y sometimiento; tal y como la historia reseña. La contradicción de los espíritus incursos en la equivocación se traslado de la Dimensión Espiritual a la Dimensión Material, desde el primer espíritu encarnado[11].

Lo anteriormente expuesto supone una reevaluación de todo lo que las diferentes ciencias del hombre han establecido como causas y/o razones de la sempiterna contradicción humana. La visión estrictamente materialista de la problemática del ser humano ha llevado a sus apologetas a argüir que ésta deriva de causas inherentes al proceso social histórico. A determinar que los factores de tipo geopolítico y socioeconómico (la expansión territorial ; la producción de bienes y la aparición de las clases sociales) son sustancialmente los responsables de la guerra, de la inequidad, de la desigualdad y de la injusticia; quedándose en los efectos (léase bien, no causas) fenomenológicos de la contradicción previa que portara el espíritu equivocado desde mucho antes de comenzar a encarnar en el planeta Tierra.

En relación al proceso evolutivo de la especie humana, es pertinente señalar que la Ciencia Espiritual[12] explica que la evolución es una ley natural[13] (entendiendo por natural lo dado concomitantemente con el proceso de creación de todo lo existente, antes, con  y después de los mundos materiales); y que todos los espíritus están sujetas a ella, aún y a pesar de su propia estulticia; de tal modo, que, -sin considerar el aspecto exclusivamente espiritual-, es posible apreciar que la sociedad humana ha avanzado positivamente en muchos aspectos;  desde estadios básicos, rudimentarios y muy precarios hasta formas de organización complejas, harto sofisticadas. Un proceso que va  de la burda expresión de su inteligencia y sentimientos al desarrollo depurado de las artes, de la ciencia y del altruismo como expresiones máximas de su potencial cognitivo de la belleza y de la bondad. Tal ley, inexorable como todas las leyes naturales, ha provisto los medios para garantizar la elevación de la condición espiritual del hombre, aunque los hechos contradictorios y viles que aún prevalecen parezcan demostrar lo contrario. En un orden moral, solo los pesimistas y fatalistas per se, se quedarían mirando la miseria del espíritu y, estultamente, no comprenderían que es apenas lógico que una criatura (el espíritu) creada con la condición de perfectibilidad no podría perpetuarse en una situación de error y confusión, propendiendo evolutivamente hacia la recuperación de esa condición prístina. 

Pero, es obvio, que dentro de una perspectiva estrictamente materialista de la historia del hombre,  lo hasta aquí expuesto pueda parecer una simple elucubración especulativa o mera percepción subjetiva y  utópica. La negación ha sido parte de la dialéctica equivocada del pensamiento humano. Lo cierto es que tal criterio, en parte, ha sido y es  responsable de la tardanza que acusa el ser humano en la comprensión de su verdadera problemática que no se origina en su experiencia material (o socio histórica), absolutamente temporal,  sino que deriva de su condición espiritual, a la cual debe atender y revisar.

Ahora, dentro de la perspectiva que nos interesa, la de concebir a la cultura como un algo anterior a la experiencia humana, supone proyectar más allá[14], -a una dimensión inaprensible en términos físicos, y desconocida para una inmensa mayoría- la misma historia reconocida de la humanidad. Es decir, significa pensar que la historia de los hombres no comienza con ellos como tales sino con las entidades espirituales que les animan; y esto, por supuesto, representa una propuesta que choca de frente con la percepción empírica y positivista de la saga humana. Y tal desencuentro se fundamenta, entre otras razones,  en que el hombre en su afán por conocer la verdad (el propósito de esa actividad llamada ciencia) aún no ha implementado las herramientas adecuadas para poder acceder a esa perspectiva de conocimiento, obcecado por una visión estrictamente materialista de su origen y devenir.

Es pertinente señalar que tal obcecación se ha circunscrito particularmente al contexto de la llamada civilización occidental en franco contraste con algunas  de las civilizaciones orientales y las formas de pensamiento trascendente de una inmensa cantidad de culturas tradicionales para las cuales la noción de un mundo espiritual[15] no es ajena, sino inclusive necesaria para armar sus propias cosmovisiones y ontogénesis. Pero, curiosamente,  esto último no es del todo cierto si tomamos en cuenta que una fracción del pensamiento occidental admite las creencias o religiones relativas a un mundo metafísico; y en el ámbito de las sociedades modernas la pervivencia del pensamiento mágico-religioso es muy significativa[16] aunque, -desde la perspectiva del pensamiento científico tradicional-,  se asuma como una de las opciones imaginarias que ha tenido el hombre  en su búsqueda de sentido para su propia existencia; una especie de opción de segunda mano o una especie de remanente atávico y pueril de sus pretéritas épocas primitivas, carente de verdadera relevancia para esa otra fracción del pensamiento occidental autodenominada La Ciencia.

Prosiguiendo en nuestra perspectiva, lo cierto es que desde la más remota época de la historia de los hombres, el pensamiento mágico-religioso ha estado presente, como un telón de fondo o escenario frente al cual se ha desarrollado la saga humana. Y muy a pesar de los esfuerzos de algunos (desde los pogromos, pasando por la Inquisición, hasta las recientes limpiezas étnicas causadas por la diferencia en el pensamiento religioso) no se ha podido extirpar esa forma de pensamiento, aunque si haya sufrido transformaciones y se haya camuflado en formas sutiles, al menos para el contexto de la cultura occidental, demostrando con esta persistencia cuanta importancia reviste esta clase de pensamiento para el espíritu encarnado o ser humano.

Tal persistencia, tal inmanencia si se quiere, reclama una especial atención hasta hoy soslayada por el estamento científico que incapaz de superar sus propias limitaciones a causa de su ethos obcecadamente materialista se empeña en rechazar y combatir desde sus propias torres de cristal (a veces con preocupantes actitudes fundamentalistas) la pertinencia de una clase de pensamiento, que abordado desde la perspectiva adecuada podría representar el camino de las certezas definitivas. 

Es en este orden de ideas en el que nuestro esfuerzo por erigir, desde la antropología, un marco conceptual novedoso adquiere pertinencia. Pero tal novedad no radica en el descubrimiento de hechos o nociones que siempre han estado ahí, a la mano de las mentes abiertas e inquisitivas, sino en la manera de articular ciertos saberes desde una perspectiva distinta pero probablemente razonable, que puede demostrar coherencia y consistencia lógicas; aspectos estos que, sin importar su naturaleza, son los que verdaderamente han de interesar a quien se pretenda ser sujeto de ciencia. 

Tal propuesta implica, por otra parte, el estudio e implementación de una metodología sui generis  que la Ciencia Espiritual viene implementando desde hace al menos 90 años[17] y cuyo ejercicio le ha permitido el acopio de una significativa cantidad de información acerca de esa otra dimensión que determina e incide en la experiencia humana del espíritu encarnado. Tal metodología se denomina Mediumnidad o Sentido Espiritual o Actividad Mental[18].

De hecho, la misma Antropología se ha interesado desde tiempo atrás[19]  por este fenómeno aunque con un enfoque distinto y el uso de categorías nominales diferentes (trance extático[20]; percepción de realidad-no-ordinaria[21], etc., etc.). También  otros ámbitos del conocimiento, que tuvieron cierta pertinencia a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX,  han abordado dicho fenómeno  (como la Metapsíquica[22] que los denomina Sexto Sentido, y la Parapsicología[23] que los llama  fenómenos PSI)  sin que por ello se hubiese podido llegar a conclusiones determinantes o definitivamente aclaratorias acerca de la verdadera naturaleza y dinámica del mismo.

Hasta el momento, lo cierto es que tan solo la AECB, a través de su doctrina, la Ciencia Espiritual,  es la única forma de pensamiento que ha aportado un entendimiento bastante razonable acerca de este fenómeno, incluyendo una descripción de las diferentes maneras en las que históricamente se ha manifestado. De tal aporte  podemos entender que los chamanes y brujos primitivos y contemporáneos, los augures y pitonisas de la antigüedad, todos los practicantes de las mancias; los curacas, medicine-man, curanderos y demás personajes afines, han sido y son seres humanos, o espíritus encarnados, que ha usado y usan la Mediumnidad aunque haya sido o sea de una manera empírica[24] y mistificada. En otras palabras, espíritus que reconocen la existencia de otros espíritus y la acción que estos ejercen sobre la vida cotidiana de los aquí encarnados, aunque tal conocimiento se exprese de manera mistificada e impregnada de un sentido mágico en el que confluyen atisbos de realidad entremezclada con la simple fantasía.

En un sentido extenso, también la Ciencia Espiritual enseña que todos los seres encarnados y por ende poseedores de una mente son potencialmente seres con capacidad mediumnímica, es decir con la facultad de establecer comunicación (como receptores y emisores) con ese mundo espiritual presente en esa otra dimensión existencial, etérea, primigenia y continente de esta dimensión existencial o universo material que conocemos. Y que existe al menos una clase de Mediumnidad activa en todos los seres humanos. -o espíritus encarnados-,  cual es la Mediumnidad Intuitiva, que incide permanente y decisivamente en la manera de pensar y en las acciones que afectan la vida de relación de los seres humanos, sin que estos (a causa de su desconocimiento de las realidades espirituales) tengan plena conciencia de ello.
Por todo lo anteriormente expuesto, es posible inferir que la pertinencia de la perspectiva del fenómeno humano aportada por la Antropología Espiritual es viable,  y como propuesta teórica es capaz de proveer elementos complementarios a la visión tradicional de dicho fenómeno, remitiéndole a una dimensión de alcances holísticos, cuya comprensión podría contribuir a responder las inquietudes fundamentales del thelos humano; y en el campo aplicado, contribuir a encontrar alternativas razonables para resolver la problemática que configura el sempiterno conflicto humano.


[1] Antropólogo egresado de la Universidad Nacional de Colombia.
[2] SANZ, E.,  SANZ, J. y MANRIQUE, C. (2012). La Teoría Espiritual. Amazon; Barnes & Noble (versión en inglés). Editorial Panamericana, Bogotá D.C. (edición en español). Para conocer esta teoría se puede ver en la WEB, un link que ofrece un curso online sobre la misma en: www.cienciaespiritual.com y/o www.spiritualscience.com, para los angloparlantes
[3] Ibídem.
[4] JOHANSON, D., MAITLAND, E. (1982). Lucy, El Primer Antepasado Del Hombre. Barcelona. Editorial Planeta
[5] HARRIS, M. (1986). Caníbales y  Reyes. Barcelona. Salvat Editores S.A.
[6] Si apreciamos las distintas especies reconocidas de homínidos, desde el Homo Ergaster, -pasando por el  Hombre de Neardenthal- hasta el Hombre de Crogmanon, podemos  ver una significativa evolución tanto biológica como cultural, que concluye en la aparición del Homo Sapiens Sapiens, definitivamente aceptado como el Hombre moderno o Ser Humano como tal.
[7] BASILIO, P. (1993). Libro de Conocimientos Espirituales. Buenos Aires. Editorial Escuela Científica Basilio
[8] Siendo esta la teleología inherente a la experiencia humana, según la Ciencia Espiritual.
[9] Entendiendo esta facultad como la posibilidad de establecer  un contacto directo  con el mundo nouménico o espiritual a través de la mente,  según explica la Ciencia espiritual.
[10]  Según la Ciencia Espiritual, los espíritus  equivocados se congregan en agrupaciones determinadas por el grado de afinidad entre sus miembros componentes; es decir por compartir unas mismas inclinaciones, proclividades o desviaciones hacia el error.  
[11] Basilio, P. (1993). Libro de Conocimientos Espirituales. Buenos Aires. Editorial AECB
[12] BASILIO, P. (2002). Ciencia Espiritual. Buenos Aires. Editorial Asociación Escuela Científica Basilio (AECB)
[13]  Aquí se hace necesario advertir que el concepto de lo “natural” también debería revisarse a la luz de la doctrina de la Ciencia Espiritual, pues dentro de su contexto,  los alcances de tal noción serían extensivos al momento mismo de la creación del espíritu, yendo, por tanto, en retrospectiva,  más allá de la posterior aparición del mundo material o universo físico.
[14] Tanto en su sentido lato como figurado ; este último relativo a la noción de un más allá metafísico, que claramente alude a la denominada Dimensión Espiritual, lugar de donde provienen los espíritus encarnados, según explica la doctrina de la Ciencia Espiritual.
[15] LÉVY-BRUHL, L. (1957). La Mentalidad Primitiva. Barcelona. Ediciones Leviatán.
[16] Basta ver el imaginario mágico-religioso. La presencia en los diarios de los horóscopos, y las consultas que muchos hacen a los adivinos, es una muestra contundente de esto.
[17] Con la fundación de la Asociación Escuela Científica Basilio (AECB) en 1917. Ver:  www.basilio.org.ar
[18] Expresiones que, dentro del contexto de la Ciencia Espiritual,  tienen un mismo significado aunque representan distintos momentos dentro de la dinámica histórica de la investigación espiritual adelantada por la AECB.
[19] FRAZER, J. (1992). La Rama Dorada. México. FCE
[20] ELIADE, M. (2001). El Chamanismo Y las Formas Arcaicas Del Éxtasis. México. FCE
[21] CASTANEDA, C. (1976). Una Realidad Aparte. México. FCE
[22] Concepto elaborado y trabajado por Charles Richet y William Crookes, entre otros.
[23] Representado por el trabajo adelantado en la Universidad de Duke por Joseph B.  Rhine.
[24] Es decir, sin conocer los verdaderos  fundamentos espirituales y regulaciones ético-morales que su uso implica, esto desde la perspectiva de la doctrina de la Ciencia Espiritual.

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