HACIA UNA ANTROPOLOGIA ESPIRITUAL EN DESARROLLO

APUNTES PARA EL DESARROLLO DE UNA TEORIA DENOMINADA “ANTROPOLOGIA ESPIRITUAL”.

Por: Carlos A. Manrique M[1]

Acerca de la pertinencia de una línea de investigación -desde una perspectiva antropológica-, que implique la revisión de las formas de pensamiento relativas a la razón de ser o teleología del Hombre  que han surgido de la cultura  humana en general, es algo que no admite discusión. En principio, puede parecer una tarea mayúscula, si se tratara de revisar al menos las formas más destacadas o elaboradas y de mayor trayectoria histórica. El solo realizar un análisis comparado de las mismas supone un ingente trabajo que fácilmente podría requerir, además de un largo tiempo, un dedicado equipo de investigadores, los recursos inherentes para ello y un claro propósito, utilitario si se quiere, que deba rendir frutos prácticos a los hombres, como herramienta interpretativa,  en esa búsqueda con palos de ciego que hace de la verdad.  

Para abordar esta titánica tarea  se requiere una convicción en la utilidad de lo que se espera alcanzar: desde nuestra óptica se trata nada más y nada menos que de encontrar la manera de comprender y explicar la razón de ser de la humanidad; cual ha de ser su quehacer a través de la experiencia vital que cada individuo emprende, y hacia donde se deberá llegar una vez se viva de la manera en que se supone que deba hacerse; esto último de acuerdo con los preceptos de la Ciencia Espiritual[2], como un referente teórico necesario.

Cuando se habla de una convicción necesaria, tal visión se fundamenta en la inane inversión de inteligencia, tiempo, esfuerzo que han hecho muchos seres humanos (científicos) para aportar una grano de conocimiento en pro de la verdad; una que se intuye habrá de existir en alguna parte, con validez universal; por encima de tantas verdades particulares que lo único que han hecho es ampliar la brecha entre unos individuos y otros; permitiendo que algunos, aquellos con un carácter más impositivo, la impongan. Esa su verdad particular. 

Es lógico esperar que cómo criaturas que comparten un planeta en común, una biología y herencia genética prácticamente idénticas; además de rasgos culturales generales muy similares, deba poder hablarse de un origen común. Pero, lo cierto es que desde una perspectiva exclusivamente materialista resulta insuficiente la explicación de que podamos ser solo criaturas históricas, es decir temporales, y que nuestra experiencia vital concluya una vez muramos; sin  que nada perdure, aparte de nuestras obras materiales, inmersas en un mundo material que a todas luces se transforma y degrada; que a todas luces  se extingue (ver el caso de las innúmeras especies que han existido y que se han extinguido);  sujetas a una finitud que reduce al absurdo todos los sueños y esperanzas de los seres humanos, y que, dentro de este supuesto,  quedan ahí, carentes de la vida que una vez las ha sustentado; y, lo que es peor, de la inteligencia que las concibió, supuestamente extinta para siempre.  Nacer, crecer, vivir, crear, para solo morir.

Para una parte muy significativa de la humanidad histórica y contemporánea, esta perspectiva no es suficiente y no pocos de ellos están convencidos de la pervivencia del espíritu; es decir de esa parte inmaterial, se supone, que anima a los seres humanos y cuya existencia es eterna o infinita, según se cree.  Y tienen tanta fe en su existencia como los materialistas tienen fe en que no existe. Una verdad de puño es que no podemos establecer guarismos objetivos acerca de cuál de estas dos tendencias ideológicas ha tenido, dentro de la historia del mundo humano, mayor representatividad y permanencia. Pero, es quizá más fácil reconocer que a una ingente cantidad de personas los seduce la idea de que los seres humanos somos algo más que criaturas biológicas con un fin definitivo al momento de nuestra muerte. Y si vemos, exclusivamente, el pensamiento mágico-religioso a través de la historia podremos apreciar el enorme grado de incidencia cultural y el altísimo índice de presencia que tiene en infinidad de contextos culturales extintos, tradicionales y contemporáneos; inclusive dentro de las sociedades modernas.

El peso del pensamiento religioso es imponderable pues si miramos con objetividad cuanto define el quehacer cotidiano de gran parte de la humanidad, podremos apreciar que signa de manera determinante no pocas decisiones de orden macro político, e inciden en las determinaciones que grupos de poder económico y militar toman y cuyos efectos padece una porción significativa del resto de los mortales. Nadie puede negar el fundamentalismo presente tanto en occidente como en oriente, aunque de distinta presentación. Pero para un analista objetivo no existe mucha diferencia entre las teocracias de oriente medio, signadas por las directrices de un Imán y la voluntad política del presidente de la primera potencia, por poner un ejemplo, que empieza sus discursos admitiendo que ellos confían y creen en Dios. Un especulador de Wall Street, blanco, anglosajón y protestante, encontrará día a día fortaleza en su fe para tomar decisiones sobre el manejo del capital,  que pueden enriquecer y empobrecer a millones de personas en segundos, jugando con vidas que pueden pasar de la gloria a la miseria en segundos, y viceversa, con un solo grito de su voz: “compro”, “vendo”. De la misma manera en que un fedayín encuentra legítimo inmolarse en aras de la defensa de su creencia, atentando contra otros seres que él estima inferiores, por el simple expediente, de  no compartir su creencia religiosa.

La matrona que se persigna a la salida de su casa, antes de ir a hacer la compra del mercado; el soldado que se persigna antes de apretar el gatillo; el sicario que encomienda su nefasta acción  a la protección de la deidad; todos ellos sin excepción recurren a una clase de pensamiento que no es materialista, o si se prefiere, una creencia que carece de sustrato positivo o empírico en la realidad concreta del mundo. Ellos se soportan en una realidad, si se quiere, imaginaria, es decir que está en su magín o mente, y cuya certeza no depende de eventos materiales, aunque pueda estar relacionada con ellos, sino de algo que hemos llegado a llamar ‘la fe’. Es decir, la creencia en  algo indemostrable, inaprensible,  indescriptible, imponderable, desde la perspectiva burda de la materia o mundo atómico.

Y, a pesar de que la ciencia, esa otra forma de explicar el mundo material-concreto ha llegado al punto de fraccionar el átomo hasta sus partículas más elementales: y  hallado la manera de llegar hasta lejanos planetas para desde allá recabar información a través de sofisticados artilugios capaces de copiar, retratar, sintetizar la materia que esta allá; aun pervive en la conciencia de una no despreciable cantidad de seres humanos, que incluye científicos fundamentalistas, (es decir aquellos que a pesar de haber sido formados en los parámetros del rigor académico, creen fervientemente en Dios, para no, extendernos).

Podríamos decir que esta civilización, si contamos con los pre homínidos, alcanza cerca de los 7 millones de años; Y tras ese largo periplo, resulta paradójico, por decirlo de la mejor manera, que  el hombre moderno, en relación a su manera de abordar el cosmos y de verse a sí mismo, no difiere gran cosa de esa criatura primitiva que, primero,  en las estepas de África, y luego en las grutas de la Europa glacial, todavía opina que hay algo más allá de la realidad material que le ha correspondido vivir, y que su vida, al menos, aparentemente por abrir la mente a la conciencia,  comienza aquí, pero no termina aquí. Los argumentos de la ciencia para explicar este sentir no han satisfecho ni satisfacen la cuestión principal; por qué insistimos en pensar así, en algo que existe más allá, allende la materia. Por qué insistimos en concebir y perseguir una meta existencia.

Definitivamente, el ser humano no se conforma con las explicaciones  que hay.

Se asume que en las primeras edades de la especie humana, el hombre era como una especie de infante absolutamente ignorante de la realidad del mundo; una criatura  a merced total de una naturaleza hostil e impredecible. Se asume, entonces, que estos seres creyeron ver tras las acciones de las fuerzas naturales la presencia de entidades desconocidas a las que de alguna manera debían hacer accesibles y, entre sus primeros inventos,  conciben la magia  como herramienta de conjuro y mediación. Tal práctica conlleva el ejercicio de un ritual, cada vez más sofisticado, que ha de seguirse pautadamente so pena de encontrarse con el fracaso. Se asume que en un principio todos los miembros de estas hordas primitivas debieron participar de estos rituales, pero a medida que se ampliaba su horizonte demográfico y se hacían más complejos sus procesos sociales, se hizo necesario que hubiese especialistas, dentro de los cuales emerge preponderantemente la figura del mago o hechicero. Muy pronto, tal personaje encarna un poder particular que le sitúa en el tope máximo de la escala social, convirtiéndose en una figura necesaria pero temida.

Hoy sabemos que tales individuos empezaron a fundamentar sus quehaceres en un conocimiento cada vez más consistente de los fenómenos naturales. Una especie de observación sistemática de los eventos de la naturaleza, les permitió, en primera instancia, ser capaces de predecir acontecimientos, como los cambios estacionales y la influencia de la distancia de la luna en las mareas, entre otros sucesos. De igual manera se sabe que al contar con el tiempo necesario para ello, estos individuos comenzaron a experimentar con el uso de diferentes elementos naturales, reservándose para sí los efectos que estos producían, para hacerlos valer en momentos especiales, cuya misé-en-scene contribuía a aumentar su poder e influencia social. Paralelo a esto incrementaron el imaginario de sus comunidades respecto a la existencia de esas fuerzas supra naturales, dando origen a los cultos o creencias que con el correr del tiempo darían cuerpo conceptual a formas más elaboradas de pensamiento como las religiones.

Sin embargo, por razones obvias dada la inherente curiosidad del ser humano, ese saber acerca de los procesos naturales no estaba vedado al resto de los mortales y es así como otros hombres se dieron a la tarea de acopiar estas observaciones sistemáticas de la naturaleza hasta ir configurando el acervo de lo que más adelante, a partir de la edad moderna,  se convertiría en la ciencia. Por supuesto que esto no se logró de buenas a primeras, y que la reacción de aquellos que detentaban estos saberes por tradición (las castas de chamanes y luego de sacerdotes) siempre fue inquisidora y punitiva hacia aquellos que osaban arrebatarles algunos de los medios de su inconmensurable poder.

Un poderoso argumento fue el asociar estos saberes con la supuesta legitimidad exclusiva otorgada por las deidades hacia sus recipiendarios, que convertía en herejes a aquellos ajenos a su círculo que pretendiesen acceder a estos conocimientos. De tal manera, que desde siempre el conocimiento  fue un poder y signo la gesta humana como una perenne lucha entre la democratización de saberes y su uso exclusivo por una élite enquistada dentro de las sociedades a las que sometían gracias a su saber.   

Como un hecho incontestable, detrás de todos estos procesos, el pensamiento mágico-religioso fue una impronta imborrable. Y en la medida en que se erigieron formas de pensamiento más elaboradas en el ámbito de las representaciones simbólicas, con la concepción de panteones deíficos que supuestamente regían los destinos del hombre, parejo a la emisión de códigos que regularizaban la vida cotidiana a través de rituales iterativos destinados a ejercer un control a toda acción humana; también una pequeña parte de esa humanidad se dio a la tarea de desvirtuar tales concepciones mediante el uso de la razón y de la lógica. Esa ha sido desde siempre la principal lucha por la liberación de la incertidumbre y de la ignorancia.

Hasta aquí, hemos expuesto de manera muy sucinta y sintética, el devenir de una milenaria gesta. Pero esta exposición nos muestra las conclusiones que han surgido desde un sector de la ciencia positiva; de esa ciencia, que quizá en contraposición dialéctica al acendrado fervor del pensamiento mágico-religioso, ha llegado a erigirse como la portavoz de otra verdad revelada, incurriendo en un materialismo tan extremo como la mística de aquellos fundamentalistas que desde sus particulares creencias pontifican acerca de su propia verdad revelada. Lo cierto es que entre esos dos extremos subyace una humanidad urgida de explicaciones contundentes y veraces.

La sinrazón que impera detrás del genocidio y el expolio que aún rigen las relaciones entre los hombres, es suficiente argumento para tratar de encontrar una vía alterna que nos ayude a comprender la causalidad, más allá de las explicaciones de la geopolítica y del economicismo, de tantos hechos inicuos que sitúan a la humanidad en un cuestionable limbo entre la barbarie y la verdadera civilización. Lo cierto es que ninguna de esas dos maneras de imaginar el mundo, (la religión y la ciencia) ha servido de manera eficaz para explicar y comprender el problema humano y encontrar el camino idóneo para enmendar tantos yerros y alcanzar un mundo equitativo y justo para todos los seres humanos.

Pero tal proyecto esta erizado de grandes inconvenientes, más cuando la historia nos enseña como muchos iluminatti han pretendido señalar la senda conduciendo a millones de seres por la vorágine de la negación del otro y de la aniquilación total; demostrando con ello,  que al parecer no ha existido una propuesta totalmente incluyente; una que no signifique la exclusión de aquellos distintos, portadores de otros criterios y esquemas de valores. Y todo esto porque no se ha encontrado una verdad universal, que hermane a los hombres y les identifique con una comunalidad de origen y destino.

La diversidad de criterios, que llega al antagonismo y enfrentamiento en no pocos casos, ha servido para que muchos renuncien a emprender esta tarea; pues pareciera imposible conciliar posiciones extremas, como aquella que da cabida a la creencia en una vida extendida más allá de la muerte, y aquella otra que estima que todo empieza y termina aquí en este ámbito de mera materia.

Entre tantos esfuerzos, la Antropología ha servido para relievar la diferencia entre unos grupos humanos y otros, entre un individuo y otro, señalando la conveniencia, en aras de una convivencia pacífica, de ejercer el respeto a esa diferencia y practicar la tolerancia o acomodo hacia la misma. En donde estos criterios han sido aceptados, las relaciones de poder han sufrido cambios que van desde dominios absolutistas pretéritos hasta el surgimiento de sociedades en donde se aboga por la libertad del individuo y el reconocimiento de los DD.HH. Aunque la propuesta de la universalidad de estos DD.HH., es aún una tarea inconclusa, lo cierto es que marcha en la dirección correcta a pesar de los pesimistas per se  y de los estultos enemigos de la libertad.

El empoderamiento colectivo de este código de valores (los DD.HH.) es un buen ejemplo de que ha de existir, en alguna parte de nuestra racionalidad, una verdad válida para todos; a partir de la cual podríamos construir nuevos espacios para la diversidad sin exclusiones ni negaciones. Pero debemos ir más allá, pues aún perviven la negación y el exterminio como formas de relacionarnos; y no pocas de estas acciones están sustentadas en criterios fundamentalistas que provienen de ideologías tanto místicas como materialistas.

Es en este contexto en el que podría considerarse la pertinencia de cierta forma de pensamiento que busca correlacionar, de manera necesariamente ecléctica[3],  elementos de la concepción metafísica del mundo y el modelo metodológico de la ciencia  que se fundamenta en el uso de la lógica y de la razón, aunados a la experimentación empírica como vía probatoria de la teoría.

Como una manera de sincretizar estos paradigmas del conocimiento, surge la propuesta de una Antropología Espiritual (sin considerar que este nomenclatura arbitraria agote el sentido total de lo que se pretende abordar; siendo susceptible de ser modificada si así lo exigiere su decurso posterior). Tal propuesta entraña un cambio del paradigma materialista que signa nuestra concepción de la ciencia en occidente, para asumir que existen ciertos elementos de la esfera del pensamiento humano que tienen  visos de realidad, en el sentido que pueden probar su pertinencia lógico-racional aunque no puedan ser aprehendidos en el espectro de la materia física. Y entre esos elementos esta el Espíritu, como la entidad inteligente de condición inmaterial que anima a los seres humanos. En segunda instancia está el agregar que reconociendo la existencia de tal entidad por ende debe asumirse la existencia de un mundo espiritual que le contiene y define. En tercera instancia admitir que tal mundo ha de tener su propia dinámica y que tal dinámica ha de incidir, necesariamente, en el ámbito material en donde están encarnados los espíritus que animan a los seres humanos.

Entonces, la Antropología Espiritual se propone como un intento por comprender el aspecto espiritual que subyace a la experiencia humana, su incidencia y determinación, desde la aparición del primer proto humano hasta la emergencia del Homo Sapiens actual.

Tal enfoque supone asumir que esta dinámica espiritual ha determinado la evolución social del hombre (aparte de su evolución biológica, claramente reseñada en la Teoría Espiritual[4]) e incidido en las múltiples manifestaciones culturales e idiosincrasias extintas, estudiadas y reconocidas hasta la fecha. Lo puntual a señalar aquí, desde la óptica que nos inspira,  es el admitir una condición o manera de ser preliminar,  inherente a la constitución del espíritu y su devenir puramente espiritual, antes de encarnar en esa criatura biológica reconocida como ser humano, para explicar tanta diversidad (que determina y no que deriva del devenir cultural, como se ha creído hasta el momento) en los caracteres y conductas humanas.

El asumir una condición predeterminada para el ethos humano, a la luz de la antropología tradicional,  es, por lo menos,  una postura teórica controversial, pues supone que la historia de la humanidad, tal y como la reconocemos, no es el producto exclusivo de la interacción de los hombres, y de su relación con la naturaleza, -su hacer cultural-, sino también una consecuencia de la actividad espiritual anterior y concomitante a la experiencia humana.  

Tal propuesta nos lleva a revisar la pertinencia del pensamiento primitivo que admitía la existencia de un mundo inmaterial, habitado por entidades etéreas, que incidían sobre el mundo material[5]; hecho que destaca la temprana relación intuitiva del ser humano con el mundo espiritual de donde proviene su ánima o espíritu. Y a ver desde otra perspectiva el papel de la magia y del pensamiento mágico-religioso como maneras de entablar un diálogo pseudo inteligible (a falta de conocimientos precisos) con este mundo de contornos y contenido difusos; difícilmente aprehensible desde la burda materialidad que suponía la incipiente existencia humana; pero con presencia inmanente, omnipresente y determinante en su devenir histórico.

Para ampliar nuestro marco de comprensión, debemos agregar la perspectiva teleológica que la Ciencia Espiritual define para la experiencia humana. Grosso modo, el espíritu encarna (anima a un ser humano) para reparar su equivocación y trabajar en pro de recuperar la condición de perfectibilidad con que fue creado. Es decir, que aquí, en este vasto planeta han encarnado y encarnan, espíritus equivocados que han debido trabajar y trabajan por su propia redención, superando las limitaciones a las que sus errores, allá en el ámbito espiritual y, posiblemente, en existencias humanas anteriores, les ha conducido.

Limitaciones expresas en una idiosincrasia caracterizada por un egoísmo a ultranza, en primera instancia,  y la falta de respeto por el otro, llevada al extremo, en su negación, abuso y expolio. En otras palabras, a reconocer en el otro a un hermano (por su común origen espiritual) y la necesidad de replantear la relación habida en términos de fraternidad,  equidad, solidaridad y justicia[6].

Es claro que esta perspectiva entraña una revisión generalizada de muchos de los paradigmas que la Antropología tradicional ha acuñado, sin desmedro de poder hacerlo con otros paradigmas del conocimiento, cuya experticia escapa al ámbito de nuestra especialidad científica. Esto queda claro, pues se entiende que al tratar del espíritu encarnado de manera general, de igual manera se atiende a todas sus manifestaciones, siendo la ciencia solo una de ellas, sin importar la especificidad del saber abordado.

Tenemos muy claro que esta es una labor de muy difícil quehacer y de alcances insospechados (aunque descartamos la opción de las hogueras), pues no desconocemos la profunda reticencia que hay en no pocos espíritus respecto a reconocerse a sí mismos como tales; a admitir su error; resultándoles más cómodo pretender creer y promulgar que la existencia del ser humano es un mero hecho biológico, pues temen ahondar en un conocimiento que podría suponer la crítica total a un statu quo que les beneficia en particular, pero que tan solo ha demostrado cuan inicuo puede ser el hombre para el hombre mismo y cuan miope es su visión cuando opta por estar circunscrito al limitado y finito mundo de las formas materiales.





  





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[1] Antropólogo egresado de la Universidad Nacional de Colombia.
[2] Doctrina filosófico-religiosa propuesta y practicada por la Asociación Escuela Científica Basilio-AECB. Ver: www.basilio.org.ar
[3] Y decimos ecléctica porque estimamos que en la enorme variedad de formas de pensamiento mágico-religioso hay elementos comunes que suponen una comunalidad de origen y  que pueden ser aislados y reunidos en un nuevo ordenamiento a través de la razón y de la lógica, utilizando como parámetro conceptual esa otra forma de pensamiento propuesta que es la Ciencia Espiritual y el rigor metodológico de la ciencia formal.
[4] Esfuerzo científico sui generis por integrar los conceptos básicos de la Ciencia Espiritual propuesta por la AECB y los últimos hallazgos, entre otros,  de la Biología Evolutiva y Molecular y la Física de las Partículas Subatómicas, para explicar el origen, razón de ser y finalidad, de la materia en general, del universo y de los seres vivos, incluido el hombre, en particular. El texto de soporte de la Teoría Espiritual se encuentra en proceso de edición, pero sus conceptos fundamentales pueden consultarse en www.isrsp.org y a través del link específico de la página www.cienciaespiritual.com, que provee un curso OnLine para familiarizarse con los lineamientos de esta teoría.
[5] LEVY-BRUHL, L. (2003).  El Alma Primitiva. Barcelona. Ediciones Península
[6] Basilio, P. (1993).  Libro de Conocimientos Espirituales. Ciclo Básico 1ª y 2ª Parte. Buenos Aires. Editorial Asociación Escuela Científica Basilio (EAECB).

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